lunes, 29 de junio de 2009

Conviviendo



No se terminan nunca, nunca desaparecen del todo.

A veces, abro un cajón lleno de cosas sin explicación, y ellos saltan hasta mis ojos y los tomo entre mis manos, mis manos más grandes que las de aquellos años, y de uñas siempre comidas. Y los tomo como si pudieran otorgarme algo más que su textura, que su misterio, que su sencillez de ser nada más que un pequeño souvenir de algún viaje que yo no hice, la manifestación de un recuerdo ajeno.

Recuerdos ajenos, esa es la traducción de mi idea, abrir cajones y que salten los recuerdos ajenos, muñequitos, fotos, cartelitos, joyas, recuerdos de alguna provincia.

Y no tener el derecho a tirarlos, botarlos, descartarlos, desecharlos...
Y no tener el poder de olvidarlos, o rememorarlos, no son míos y son solamente el recuerdo de los recuerdos de otras personas.

Convivo con ellos, me doy cuenta de eso cuando, en días como hoy, decido hacer un poco de orden, y me esfuerzo por o bien encajonar, o bien exhibir objetos que ni son lindos ni tienen algún significado concreto, que simplemente se muestran, son mostrados, y parecieran sonreír al estar a la vista de la familia, de los invitados, del mundo.

La casa está llena de recuerdos sin dueño, es casi como un orfanato de objetos que llegan sin explicación ni invitación y se quedan, refugiados.


No se terminan nunca, nunca desaparecen del todo,
y será por eso el disgusto que siento
al tratar de acomodarlos a junto a los recuerdos propios,
juraría que se ríen todos los objetos al verme tan confundida
e inventando rincones donde ponerlos.



1 comentario:

Sofía dijo...

hola niña. y si, por momentos nos caemos, viste. supongo que no durará mucho, tengo proyectos que quiero cumplir pero a veces es inevitable caerse. ¡gracias por tus comentarios! me gusta mucho como escribís. un saludo.