jueves, 26 de agosto de 2010

Digamos que.


Supón, Supónte,
que tengo rabia, que estoy enferma,
que estoy atravesando un mal sueño
-decir pesadilla es el colmo del fatalismo-
te voy a morder, desde ya lo siento,
anticipo el pedido de perdón,
te voy a morder si te animás a acariciarme.

Imagina,
que camino inútilmente en círculos
y me estoy enojando con mi necedad,
si alguien se pone en el camino y me marca mi error
va a ser como inducirme a reconocer
que me enredé toda y tanto y no puedo escapar.

Deduce
cuáles cambios, cómo sucedieron,
cuánto me afectaron,
te invito a recorrer conmigo el círculo,
buscando las explicaciones.



Digamos que,
estoy eligiendo las palabras menos punzantes para decir que
tengo ganas de reventarme la cabeza contra la pared.

O

Digamos que,
no es un buen momento para las relaciones sociales,
estoy en la situación ideal para raparme la cabeza y encerrarme en un monasterio,
voto de silencio y castidad, ayuno y oración,
todo el maxi-combo incluído.
La situación es ideal.

Reconozcámoslo:
Sería inútil.
Razones:
Se me pasa rápido el bajón,
y ya querría salir,
y el pelo tarda mucho en crecer.

martes, 10 de agosto de 2010

Más conozco a las personas...

...más quisiera parecerme a mis perros, sobre todo por su actitud de máxima relajación y sencilla entrega. Siempre despreocupados, y yo en tensión porque hay cosas que no entiendo o no quier aceptar.

Cuando estoy tan insoportable como hoy, en que todo me cae mal y todo pareciera salir mal, quiero acostarme con ellos y derrumbar hasta el impulsivo rechazo que me produce su olor a mugre.
¡Debería bañarlos, che!

domingo, 8 de agosto de 2010

Son pocas las mañanas en que prefiero despertarme a seguir soñando.

Los sueños tienen ese encanto, ese misterio entre rostros desconocidos que para el soñador, en ese momento, tienen una identidad;
el absurdo de su devenir particular y de las relaciones que se establecen entre los acontecimientos, y la música o los colores que no se explican de dónde vienen ni cómo se quedan, los lugares nunca visto e improvisadamente recorridos,
las inexplicables certezas...

Soñar es crear; una parte de nosotros es artista de la obra que comparte con la otra.
Comparte esos seres de humo, esas caras desconocidas con identidad, esas sombras de amores o dolores viejos, ya casi totalmente olvidados pero no, aún queda un resabio, una traza de ellos en nuestra memoria.

Una parte mía, silenciosa, se expresa en los sueños, imagina y comparte su ilusión con mi otra parte, la que se despierta y encara cada día, la que escribe ahora, la que habla casi siempre.

El sueño es la ilusión compartida de ambas partes, de la callada y casi siempre sumisa, que sabe o siente todo y nada dice, y de la otra parte, la que se alimenta de la cultura que la rodea y que se amolda al modelo de sujeto, ¡de señorita!, que se le exige.
La que cumple con todo aquello de que lo se hace responsable o de lo que participa, la que baila al compás de cualquier música, y se sienta derecha o se queda callada según sea necesario, la que tapa su pudor y sus ganas, sus broncas y tristezas y exóticas alegrías; la parte mía que funciona como carta de presentación, ¡esa parte!, esa parte que ahora, de noche y a solas, escribe, y durante el día vive lo más lúcida que puede...

Induciría mi sueño, me sumergiría con muchas ganas en los lugares más inverosímiles, perdiéndome en una confusa historia que no lleva a nada. Todo para que la parte callada, la pobre relegada, hable una vez más, se exprese.
Me gustan tanto las ideas que habitan en el otro lado, los sentimientos que están sumergidos en esas tinieblas insuperables y emergen eventualmente...

Confieso que buscaría soñar, durante horas y horas,
enhebrar sueños para formar una historia,
que no podría pasar a papel ni describir ni explicar entera, pero sí sentir;

sentirla con mi parte manifiesta, la racional, la consciente;
sentirla como una caricia de la parte inconsciente.


El soñar es la comunicación entre ambas partes,
tan íntimas en esos momentos, casi una sola cosa,
tan ajenas, extrañas y extranjeras, en la vigilia y bajo el sol.

Son pocas las mañanas en que prefiero despertarme a seguir soñando.

Son esas contadas mañanas en que me despierto a su lado; prefiero sentir su piel y saber que tiene límites, antes que seguir batallando contra esos seres de humo, esas sombras con identidad que por algo mi memoria esconde en algún rincón. Renuncio a mis sueños esas mañanas, renuncio a la pereza de entregarme a mi parte menos convencional, la menos domesticada...
Él tiene aliento y pulso, mi boca lo comprueba, mi cabeza sobre su pecho se mueve en el vaivén de su respiración. Su perfume queda en mis manos y en la almohada, en las mañanas de frío me envuelve en una tibieza metafísica, no como las pretenciosas ilusiones que inventa mi inconsciente que apenas me miman durante unos minutos y luego dejan esa angustia y gula de más y mejor.

Hay mañanas en que me olvido lo hermoso de los sueños y percibo, con la lucidez que se tiene en pocos y contados momentos, lo hermoso de mi realidad. Él es mejor que todos mis sueños, y eso lo saben ambas partes mías.