martes, 1 de mayo de 2007

(Autocrítica a un vicio todavía no erradicado)

Un amor moderno

(Autocrítica a un vicio todavía no erradicado)

El universo cibernético que nos ofrece Internet nos atrapa con su magia única, dándonos la sensación de que nos conectamos completamente con un montón de personas y que podemos expresarnos y ser comprendidos al mismo tiempo. Miles, ¡millones! de personas, de mentes pensantes, conectándose y pudiendo encontrarse, en el mundo real, a miles de kilómetros de distancia, pero virtualmente, en el mismo lugar. Las conversaciones, el intercambio de pensamientos e información, tantos secretos revelados en el lugar menos privado que inventó el hombre, tanta alegría y tristeza que pueden contenerse en archivos de texto… Nos hacen sentir plenos y vivos ante estos monitores.

Pero es una sensación falaz, no se llega a conocer la esencia de una persona al verla solamente por fotografías o al leer cosas que eventualmente escriba. De la misma manera, las relaciones pueden ser muchas y hasta de cierta forma, reales y alegres; pero no podemos formar fuertes y duraderos lazos con personas casi desconocidas y con la cuales el contacto no supera el plano virtual. Alguna vez, debemos hablar en persona y no reparar más que en el brillo de los ojos ajenos –en nada más-, debemos hablar de cosas tristes y aburridas, debemos quedarnos en silencio y no considerarlo incómodo…Recién, después de todo eso y un poco más, podremos considerar que tenemos una amistad real, en potencia duradera, con alguien. No hablo desde la soberbia de quien analiza un error o un defecto ajeno, hablo desde el mismo núcleo que tiene este vicio. Yo también vivo más virtualmente que realmente, y muchas de mis noches fueron dedicadas a la interacción con personas que ahora olvidé sin querer.

Esta historia es mentira, cualquier coincidencia en los hechos puntuales y en los nombres es pura casualidad, pero la esencia del relato…es un reflejo de lo que veo día a día, a través del monitor y en la vida real.

A los catorce años, Lucía tenía una vida que cada día parece menos normal. Iba al colegio por la mañana, a la tarde asistía a su instituto de Inglés y los sábados por la noche iba a bailar con sus amigas. En sus ratos libres, le gustaba cocinar postres y escuchar música mientras inventaba coreografías. También leía poesías que hablaban de amor, porque no quería entristecerse ni saber cosas feas. No sobresalía en el colegio, pero sus calificaciones eran suficientemente buenas como para que sus padres decidieran regalarle un celular. A través de él, pudo simplificar las maneras de comunicarse que tenía. Dejó para siempre los llamados telefónicos a sus amigas. Ahora, todas ya tenían un celular con el cual se mandaban mensajes continuamente, con avisos tales como “no voi sta tard al inst. xq m siento mal”o “tnes la tarea de matmatik? Pasam x chat”…

Y fue ahí cuando Lucía conoció al otro integrante de la movida comunicacional juvenil: el chat. Hace mucho había creado una cuenta, en la que recibía correos de su familia del extranjero y a veces, ‘cadenas’ que le mandaban sus amigas. Pero ahora, todos sus amigos hablaban de lo que habían 'hablado' por chat, como si se hubiesen visto en otro lugar que no fuera el colegio y hubiesen mantenido largas y extensivas conversaciones. Eran frecuentes las preguntas en relación al nick que tenía uno u otro, y Lucía se sentía excluida cuando sus amigas se contaban que había conocido un chico lindo por chat, que les había mandado una foto y que les contó que pronto ingresaría a la facultad. Ella no entendía cómo era que las personas mantengan conversaciones por computadora, cómo podría una persona conversar de manera tan abierta con chicas desconocidas.

Una de sus amigas un día le activó el correo que ya tenía y que se había desactivado por falta de uso, y le enseñó a usar el Messenger que le permitiría conversar con el resto de sus contactos. Al final de esa semana, Lucía dividía su tiempo entre el colegio, el instituto y la computadora. Ya había aprendido todo lo necesario para comunicarse, y fue agregando más gente y aceptando más invitaciones para tener más contactos. La computadora fue trasladada desde el estudio del papá a la sala, donde sus padres creían que Lucía podría usarla más cómodamente. Ellos veían entusiasmados el cambio en ella, con alegría consideraban el nuevo hábito de su hija como un manifiesto de su interés por la informática. Nada más errado: Lucía sólo quería chatear con sus múltiples contactos, y firmar las páginas personales de sus nuevos y viejos amigos. Sus amistades se multiplicaron, y ahora mucha gente la conocía y se interesaba por ella y su vida. Se sentía tan bien teniendo tantos conocidos, tantas personas con las que compartir un poco de sus cosas.

Al mes, se creó una página en la que subiría fotos y en la podría escribir lo que quisiera. Le puso un nombre que ella consideró apropiado, “/reepachuulaa”, en base a un tema que estaba de moda en los boliches a los que iba y que le gustaba mucho. Pronto, además de las tareas y las salidas, compartía con sus amigas los mensajes al celular cuando no estaban chateando, y las firmas puntuales y siempre presentes en sus respectivas páginas.

Así, navegando de página en página, encontró una que le llamó la atención particularmente. Un muchacho, que ella conocía de haberlo visto caminando por la calle alguna que otra vez, posaba con su guitarra eléctrica y finalizaba la actualización diaria con la letra de una canción en inglés. Esa canción era la elegida por Lucía para entrar en su fiesta de Quince Años. Dudó mucho, pero al fin se decidió y le firmó: “Me encanta el tema que pusiste. Solo pasaba. Besos!”.Con asombro y alegría, a la media hora encontró un comentario del chico, ‘/shinning_likke_thee_suun__’.Decía: “A mí también me gusta ese tema. Me gustaron tus fotos y lo que escribiste. Agregame…”. Y dejó su mail.

Lucía lo agregó, y durante meses descuidó al resto de sus contactos para chatear con él… Así, se fue enterando de que el chico se llamaba Ariel y de que hacía poco había cumplido dieciséis años. Estudiaba guitarra y también salía los sábados, pero no iba a los mismos lugares que ella. Pronto, empezaron a conversar de cosas más personales y para nada importantes, pero que cada uno compartía con el otro. Al cabo de unos meses de intensivas charlas, concretaron un encuentro en una fiesta que se haría en el colegio de él. Ella invitó a sus amigas para que la acompañen, y de esa manera no sentirse tan sola al momento de conocerlo. En la fiesta, se encontraron con muchas otras personas cuyos nombres no sabían, pero que conocían a través de sus páginas. Entablaron conversaciones, intercambiaron números de celular y hasta se sacaron centenas de fotos juntos. Bailaron y disfrutaron de la noche y de la música, y por fin pudieron verse las caras y sonreírse.

Y Lucía conoció a Ariel. Él se acercó a saludarla, y hasta la invitó a bailar algo que a él no le gustaba, pero sabía que a ella sí. Ella lo presentó a sus amigas, y luego lo siguió a través de la pista para que él pida la canción que daba nombre a su página. Y en sucesivos encuentros, se sintieron cada vez de manera más extraña. Ya el rótulo de ‘amigos’ les quedaba chico, y pronto establecieron una nueva relación que permitía los privilegios de ser ‘novios’ pero con las libertades de unos ‘amigos’…Frecuentemente se veían en fiestas u organizaban encuentros antes de las clases del instituto...

Las conversaciones virtuales ahora incluían temas que no hubiesen tratado de no haber pasado todo lo que pasó. Se contaban las cosas diarias y triviales, se firmaban con más cariño sus páginas, se halagaban mutuamente las fotos que tenían… Se dedicaron, como en secreto, canciones y poesías de amor. Y con el correr del tiempo, se empezaron a ver cada vez menos.

Él un día puso en su página una foto suya con una amiga, abrazados amorosamente. Le dedicó una canción por ser su cumpleaños, y le dijo que la quería mucho. Ella se puso celosa, aunque sabía que nada podría recriminarle porque ella misma exigía que él respete las dedicatorias de ella para sus amigos. Como venganza inocente, se puso de nick una estrofa de una canción de amor, y una foto con un amigo de ella como imagen personal para mostrar. Él lo notó, y se puso de nick una frase que hablaba de dolor y traición. En inglés.

No pudieron volver a entablar una buena conversación como antes. Todas estaban llenas de matices de reproche y cuestionamientos de libertad y respeto al otro…En otras palabras, se recriminaban algo que nunca había pasado. Se querían, lo sabían; pero no querían la libertad del otro que tanto exigían para sí mismos. Querían algo informal y secreto, privado; pero lo ventilaron tanto por Internet que pretender eso era imposible.

Y todo terminó de la peor manera esa noche, en la que Lucía fue a bailar con sus amigas, y en medio del caos mental que tenía, olvidó a Ariel y todo lo que empezaban a vivir. Mató sus penas con el alcohol que le invitaron, y reemplazó el recuerdo de Ariel con un chico cuyo nombre ese día había aprendido, pero desde hacía semanas se veían mutuamente por Internet.

Y él, no soportando más la injusticia de sus reproches “inmaduros” que se contradecían con sus actos, la condenó al olvido. Sus amigos lo alentaron para que busque otro amor más maduro, y también una noche él intercambió más que miradas y palabras con una chica que era amiga de un amigo.... Pero, presintiendo lo que podría volver a pasar, le pidió el número de su casa.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

da lastima q nadie haya opinado en este cuento...esta bueno maru, y a la mina ignorante me hace acordar a unos años atras a mi misma cuando recien conocía lo q era el messenger etc etc etc... pero no era tan emocion. jejejeje muy lindo
mi comentario es bastante estupido, pero despues de todo...es un comentario.
nos vemos.

Anónimo dijo...

ta weno che.. me re colgue leyendo esto, y sip pasa, que se le va hacer despues del chat ya no queda otra q encontrarse a tomar algo o compartir algunas salidas...que se yo.. saludos