miércoles, 16 de agosto de 2006

Llueve Otra Hermosa Vez (:

Hace un año me emocioné mucho mientras llovía, y escribí bastante sobre ello.Y hoy vuelve a llover, y recuerdo cómo si fuese ayer las canciones que sonaban mientras yo hilvanaba frases que retraten lo mejor posible todo lo que sentía. No sé si la rapidez con que pasó el año se debe a mi dependencia a este aparato, o mi costumbre de melodramatizar todo lo que me pasa. Como sea, hoy vuelve a ser un agosto con lluvia, posterior a un veranillo que parecía infinito, como siempre parece lo que nos gusta mucho, cuando estamos en armonía.

Mi ciclo vital sigue cumpliendo las mismas funciones de siempre. Me acostumbré a agradecer silenciosamente lo que poseo, lo que siento y los regalos que algún ser superior y amable (o una seria de casualidades) puso en mi camino. Sigo protestando, sigo creciendo, sigo olvidando lo que quiero recordar y recordando lo que quiero olvidar... sigo perdida en sensaciones absurdas, que me dicen que son típicas de esta edad juvenil...
Benditos los momentos que no soy tan fatalista y me río de verdad, olvidando mi temor y mi certeza de ser una más en un planeta de un montón.
Soy del montón que no quiere ser parte del montón, soy otra soñadora de otro mundo mejor, especial, diferente y feliz. Tan feliz que parezca absolutamente infinito, y que no quepa duda que nunca va a terminar ese estado.

Y vuelve a llover, cumpliendo el ciclo del agua. Hoy ya no quiero hablar más de mí, y como no sé de qué hablar, voy a ver si me sale un relato...improvisado....


Uno se acostumbra a vivir con las cosas que no pueden cambiar y nos hacen mal…Es lo peor que podemos hacer, resignarse a sufrir.
En la mente de Daniel estaba grabada esa consigna: aguantar, que nada se puede hacer. Y así pasaba los días, de la casa a la escuela, de la escuela a la casa, de la casa a veces a lo de algún amigo…En sus caminatas cortas por la ciudad, buscaba siempre en los rostros de las personas algunos rasgos conocidos. Más que conocidos, amados; parecidos a los suyos…En el bochinche de los autos y los gritos urbanos, esperaba oír una canción cuya letra no entendía pero que poseía una melodía inolvidable…
Tenía ocho años y dos huequitos negros en la boca. Hacía unas semanas se le habían caído esos dientes, y su papá olvidó la visita que el ratón Pérez debía hacerle. Eso, y su cumpleaños, y el conocido día del niño. Pero Daniel entendía las razones por las que su papá olvidaba esas fechas, y con una sonrisa desdentada agradecía el tardío saludo que recibía. Sabía que los abrazos de papá no se los quitaba nadie, y que no debía entristecerse por la falta de regalos. No, por eso no.
Las tardes de los miércoles eran especiales para él. Papá no trabajaba y se quedaba en casa todo el día; y le dedicaba toda la tarde a él. Juntos jugaban como dos niños, haciendo que la tarde parezca tan corta y feliz. Porque Daniel pensaba que los momentos felices eran cortos y débiles, capaces de ser rotos con un soplido maligno, o con una bala perdida… Los miércoles eran ansiosamente esperados, y era cuando su papá no vestía traje y apagaba el celular, días donde al llegar a casa no estaba la chica que lo cuidaba, sino su papá, que le cocinaba y le preguntaba cómo le había ido en la escuela.
Daniel deseaba que no existieran los otros días, y que no hubieran oficinas ni jefes ni celulares ni horarios ni gente violenta. Sólo tardes de sol, y tiempo libre, y lápices de colores, y un papá feliz y libre. Y mamá, de nuevo, con su voz armónica y su cabello largo…Hacía un año que mamá no cantaba.
Había crecido tanto en un año, y aunque todos lo notasen más alto y más maduro, nadie sabía que él por dentro seguía siendo el chico de seis años al que le gustaba ser arrullado por la voz maternal.
Otro diente estaba flojo. Él mismo notaba muchos cambios en su cuerpo, su cabello más oscuro y largo, los zapatos que ya le apretaban, los pantalones que cada vez dejaban ver más el talón…Además, leía rápidamente, y dibujaba muchos personajes de la TV con los lápices que el supuesto Papa Noel llevó a casa de los abuelos. Sabía sumar y restar, y podía escribir muchas frases. En la escuela le enseñaron a cantar canciones patrias, y a entonar bien finito cuando hiciera falta.
Y todas estas cosas las quería compartir con mamá, que era quien le había enseñado a escribir su nombre y atarse los cordones, y hasta le empezó a enseñar una canción en italiano…Daniel solo recordaba la melodía, y el tono de voz de su madre, que le producía como cosquillas, pero muy dentro del pecho.
Pasado el miércoles, ya terminando la semana, papá lo levantaba temprano. Domingo, un día en el que no se acostumbra madrugar tanto. Pero él no se quejaba, y silencioso se dirigía al baño y luego a desayunar. Papá hoy tampoco vestía traje, y al costado de sus ojos enrojecidos se marcaban las arrugas de su temprana vejez. Daniel le daba dos besos, y un abrazo bien fuerte. Después subían al auto, y Daniel dormía en el asiento trasero. Un largo viaje los esperaba…Papá ponía música italiana, y Daniel intentaba reconocer la canción…Pero siempre terminaba dormido en el segundo tema, y sólo se despertaba cuando sentía el olor a pasto mojado, siempre mojado por el rocío.
Bajaban del auto con los bolsos donde había sanguchitos y lápices y dibujos. Hoy también es un día especial, piensa Daniel mientras compran el ramo de crisantemos.
Duda como siempre en preguntarle a papá sobre la canción, pero desiste enseguida…No se anima a hablar mucho.

Tomados de la mano, caminan hacia el final del cementerio, donde al lado de un rosal descansa mamá, tan joven y eterna como aquella tarde, en la que cantando recibió una bala perdida.

En esa parte, papá me dijo "DORMITE YAAA"...

Y llueve tan hermoso, otra vez...


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