viernes, 1 de febrero de 2008

Algún refugio habrá...

Cerraron Oximoron, hace ya unas cuantas semanas.
Oximoron fue un "bar"(no encuentro otra palabra para describirlo, aunque no es la más adecuada porque un bar no es así, y Oxi. no era como un bar) que me sirvió de refugio durante varios meses, en los cuales iba a menudo con amigos. Era muy especial: no había alcohol, entre otras cosas servían tereré (tengo una severísima adicción con esta infusión de agua fría) y se respiraba un ambiente bohemio, en el que músicos, pintores y literatos se expresaban.

Había cuadros por las paredes, poesías en un tablero, una guitarra al servicio de cualquiera que quisiera tocarla... Libros, adornos, paz y armonía. Era como un paraíso para la mente, escapar un rato de la calle y las tareas y la fantasía del futuro, y solamente refugiarse en las melodías de la música del momento, en el entrar y salir de las extrañas personas, en el gusto del riquísimo tereré de jugo natural. Estar ocioso, como podría estar en cualquier lugar, pero estar ahí y sentirte muy bien de no estar en otro lugar.

Lo descubrí un día caminando por la calle, no sé si lo buscaba o no, tenía una fachada pequeña con una ventana pintada de manera muy abstracta y sorprendentemente parecida a los dibujos que yo garabateaba por mi carpeta del colegio. De inmediato me llamó la atención, el lugar, el ambiente interior. Ya había escuchado mucho acerca de él, era un lugar tan particular que resultaba difícil de pasar por alto, o de no comentarlo.

Cuando empecé a ir, me fui dando cuenta que sé muy poco de muchas cosas, mi visión es tan limitada y no sólo por mi posición actual en esta vida, sino por la imposición de mis fantasías ante la realidad. Estar sentada, en medio de alguna conversación, y ver a estudiantes de Facultad, entrando y saliendo con sus carpetas de cosas serias y sus vidas a cuesta, me ayudó a pisar un poco más la tierra y a hacerme responsable de lo que está por venir.
Lamentablemente, nunca hice amigos ahí, nunca trabé conversación con nadie que no haya sido amigo mío antes.
Era más bien ir a disfrutar del lugar y de lo particular de su ambiente, aceptar la otra mirada que nos imponía el lugar sobre algunas cosas: una caja de madera vieja se convertía en un estante, un montón de hilos en un adorno llamativo, un tronco en un asiento...

Entender, de alguna manera que no hay obligaciones en ciertos aspectos, que no caminamos por un camino recto con un final, sino por un amplio campo donde hay paradas, personas, caminitos, atajos, el mundo... La caja puede ser basura, o puede ser un mueble.

¡Cuántas tardes, y un par de noches, éramos como queríamos ser en la alfombra del lugar! Porque no había poses, podías sentarte en el piso y tener una vestimente ridícula y escandalosa, no ser convencional y leer lo que quisieras en ese lugar tan pacífico... Libertad ante todo, sin prejuicios por parte de la gente que concurría ahí.

Veo prejuicios y reglas por todos lados. Vestite así, actúa así, hablá de esto o de lo otro. Lo peor es que no hay nada que nos obligue a ser así; es parte de una decisión personal. Decidimos ser iguales para ser aceptados. Y es eso lo que no me gusta, cambiarme para que otros me quieran, o querer a alguien que cambió para ser querido. No sé si pueda expresarlo bien, como lo veo, a veces las palabras quedan cortas y hacen falta muchos párrafos para argumentar y refutar y concluir.
Simplemente, creo que muchas personas son como son porque ser así está bien visto. Y no hablo de malas costumbres, no voy a entrar en el tema moralista. Me refiero a cosas más pavas pero que sin embargo nos dividen y separan, a veces abismalmente.

Leí una vez que los hombres tienen miedo de sí mismos, de lo que habita dentro de ellos, y que por eso se juntan con otros hombres de la manera gregaria, como una super tribu que se mantiene unida por la salud mental, víctima del miedo de sus integrantes. Si, ya sé, sno podríamos vivir; ¿pero qué tan parecidos tenemos que ser para que aprendamos a aceptarnos?.

En Oximoron yo había encontrado el lugar para gente como yo, era como esos cajones de mi abuela en los que habían botones, gomitas, juguetes rotos, postales, hebillas, clips, recibos de compras y cupones de concursos muy viejos, dibujos, tapitas y bolsitas. Un lugar donde ibas y eras, simplemente eras como querías ser y a la gente no le importaban tus diferencias. Y era hermoso estar ahí, sorprenderse de los otros seres y maravillarse con las renovaciones constantes del ambiente, nuevos cuadros, nuevos adornos.


Quizá suene exagerado, o como quieran definirlo; pero el lugar emanaba eso: se respiraba la novedad y te sentías como en tu casa, como si por fin hubieses llegado a tu hogar después de caminar bajo la lluvia.
Lo cerraron, cuestiones que no conozco bien, pero me dijeron que por el tema del dinero.

Una lástima, una pena, una cosa que me supera y que no puedo cambiar.Fue hermoso haber conocido un lugar así, y que en él yo haya aprendido a ver el otro lado de las cosas, ver la caja como estante, verme diferente y no sentirme excluida, ver que las cosas son un poco como son y otro poco como queremos que sean.


Y quizá el mejor refugio
esté adentro nuestro

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